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Cansancio y hartazgo: repensar el cierre del ciclo escolar.

  • Foto del escritor: JorgeAurelioMx
    JorgeAurelioMx
  • 14 jul
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 14 jul


Cuando el cansancio se vuelve hartazgo, algo más profundo que el agotamiento físico está pidiendo ser escuchado.



Ante el eventual cierre del ciclo escolar y el inicio de un merecido periodo de receso, he notado en varios colegas una sensación comprensible de hartazgo, especialmente ante la llegada del denominado Taller intensivo, última actividad formal del ciclo.


A manera de soliloquio —y como extensión de algunas conversaciones recientes con colegas— me permito compartir esta reflexión:


¿Estamos cansados? Sí, sin duda.


Todo ciclo escolar es extenuante, pero en los últimos tiempos parece serlo aún más. En los niveles de educación básica y media superior, por ejemplo, hemos enfrentado reformas constantes, actualizaciones curriculares, nuevas metodologías y herramientas que requieren un reajuste casi permanente de nuestra práctica docente. Esto, aunque necesario, agota.


A ello se suman nuevas funciones que la sociedad ha ido depositando en la escuela: atender temas familiares, sociales, psicológicos, afectivos… Muchos de los cuales, si bien importantes, rebasan el campo de acción del docente en aula. Y si a eso le añadimos que muchas figuras directivas —tanto oficiales como institucionales—, en lugar de proteger el tiempo y la energía del maestro, convocan a festivales, entregas, actos, ferias, juntas, informes y celebraciones, el resultado es un agotamiento profundo. Y ni qué decir de la burocracia interminable que llega desde las supervisiones escolares.


Ahora bien, y aquí coloco un punto de controversia: el cansancio es real, pero no es exclusivo del quehacer docente.


La medicina, por ejemplo, implica largas jornadas, contacto directo con el sufrimiento humano y una demanda emocional altísima. El trabajo social enfrenta condiciones similares: escasos recursos, múltiples tareas y el reto de enfrentar realidades duras sin poder resolverlas del todo. Y la labor de los conductores del transporte público —quienes trabajan de madrugada, bajo presión, en condiciones climáticas adversas y con un trato social muchas veces hostil— también revela signos de agotamiento estructural.


Entonces, la pregunta es: ¿Qué hacer ante el cansancio? No basta con reconocerlo, hay que reordenar.


Es urgente redefinir las funciones esenciales de la tarea docente —y de muchos otros ámbitos, profesiones y oficios— y distinguir lo sustantivo de lo accesorio.

En docencia, por ejemplo, enseñar, acompañar procesos de aprendizaje, observar avances, planear con sentido y evaluar con justicia, son funciones sustantivas. Organizar festivales temáticos cada mes, llenar formatos innecesarios o improvisar actividades externas, no lo son.


Si logramos ese reordenamiento, quizá el cansancio persistiría —porque es inherente a toda labor significativa—, pero podríamos evitar caer en el hartazgo, ese estado más hondo y corrosivo que mina la vocación, la alegría y el propósito fundamental de nuestra profesión.


También nos vendría bien, como sociedad, fomentar una cultura de límites y de orden que armonice las actividades humanas y las valore en su justa medida, sin intromisiones en horarios ajenos a lo laboral.

Porque si no lo hacemos, el desgaste se traduce en desmotivación, cinismo profesional, rotación constante del personal docente, ausentismo, relaciones laborales tensas y una pérdida generalizada del sentido de pertenencia institucional.


Y lo más grave: actividades tan valiosas como el taller intensivo de cierre, que debieran ser momentos privilegiados de reflexión, evaluación y crecimiento colectivo, terminan siendo vistas como un castigo más, cuando podrían ser un oasis pedagógico si llegáramos con otro ánimo, otra disposición y otro ritmo.


La solución no está en eliminar estos espacios —que bien diseñados y conducidos pueden ser profundamente transformadores—, sino en preguntarnos por qué llegamos tan desgastados a ellos. Y desde ahí, comenzar a actuar. En todos los niveles: desde la política pública, las decisiones institucionales y, por supuesto, desde nuestras propias prácticas cotidianas y ajuste de límites.


No se trata de trabajar menos, sino de trabajar con más sentido. Porque el compromiso pedagógico no se agota, pero el descuido estructural sí lo mata.


___________


Profesor Jorge Aurelio.

Fundador y Director de Asesoría Pedagógica Integral®

Maestro en Dirección de Instituciones Educativas • Maestro en Desarrollo Cognitivo • Orgullosamente Normalista.



 
 
 

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