Familias y escuelas, el pacto irrenunciable.
- JorgeAurelioMx

- 21 sept
- 3 Min. de lectura
Sin acuerdo, la educación se desmorona; con acuerdo, la educación florece.
—Conversatorio familias, ApiMx, 2025.
¿Qué es lo que verdaderamente inicia un ciclo escolar?
No son las listas, ni los uniformes recién estrenados, tampoco las pizarras limpias o los cuadernos en blanco. El inicio de un ciclo escolar se revela en un pacto silencioso —o a veces explícito— entre quienes educan en casa y quienes educan en la escuela. Y es justo aquí donde se concentran las tensiones y las posibilidades de este arranque.
En las últimas conversaciones con colegas, dos temas han aparecido con fuerza: los alumnos que “han llegado tremendos, desatados, imposibles de contener” y las familias que parecen cada vez “más rebasadas”, que confiesan no saber qué hacer y que esperan que la escuela resuelva lo que ellos no pueden. ¿No es esta la muestra de un desencuentro mayor, más profundo, entre dos espacios que deberían complementarse?
Evitemos los lugares comunes. No basta repetir que “los niños son reflejo de lo que viven en casa”, que “la escuela no educa, solo instruye”, o que “un buen maestro puede con todo”. Estos enunciados, aunque tengan parte de verdad, terminan anulando la responsabilidad compartida.
Si bien el entorno familiar influye y la escuela tiene un papel formativo innegable, lo cierto es que hoy, a pocas semanas de iniciar el ciclo, el clima de tensión aumenta de manera súbita.
Entonces, ¿qué hacer?
Las estrategias pueden ser múltiples, pero todas orbitan en torno a un mismo centro: el acuerdo. Ese contrato implícito o explícito entre familias y escuela que establece mínimos y máximos, responsabilidades compartidas, acciones posibles, mecanismos de seguimiento. Sin este acuerdo, ni el mejor método, ni la más brillante didáctica, ni la más sabia pedagogía resisten.
El acuerdo debe ser inteligente, fruto de reflexión, no de improvisación. Un acuerdo que impida rupturas unilaterales, que evite la guerra de reproches entre casa y escuela, porque al centro debe colocarse el interés superior: la formación ética, académica y humana de los estudiantes. Sin esta prioridad, todo esfuerzo se diluye en disputas estériles.
Además, dicho acuerdo no puede permitir desapariciones convenientes ni delegaciones abusivas. No es válido que las familias se desentiendan esperando que la escuela resuelva lo que no se atiende en casa, ni que la escuela pretenda adjudicar a los hogares aquello que le corresponde. El mínimo indispensable para que todo camine es la corresponsabilidad, sin ella nada será posible.
Y antes del pacto necesario entre familias y escuelas, cada ámbito necesita trabajar sus propios acuerdos internos. En la familia, convenios previos y sostenidos entre madre, padre e hijos. En la escuela, consensos básicos entre directivos y docentes. Porque nada más nocivo que trasladar al aula los malestares incubados en la intimidad de estos espacios.
Mucho hay por hacer, mucho por reconocer, mucho por trabajar. Cada quien en lo que le corresponde, cada quien en lo que toca compartir. Pero con acuerdos sólidos, no caprichosos ni volátiles. Para caprichos ya existe “la Autoridad educativa”, que suele imponer sin escuchar.
El auténtico desafío de este ciclo no es de velocidad, sino de resistencia. La educación no se maquila en serie, se teje artesanalmente: con esmero, confianza y paciencia.
¿Y cuáles son esos básicos que todo acuerdo debería resguardar? No se trata de inventar nada nuevo, sino de volver a lo fundamental:
Educar con el ejemplo. Los niños no solo escuchan, miran y replican.
Entrenamiento y práctica. El aprendizaje requiere de ensayo y error, repetición hasta consolidar esquemas y funciones.
Rutinas claras. La libertad solo es posible cuando existe orden; el hábito y la rutina crean la plataforma para la autonomía.
Límites y consecuencias sólidas. Aquí se juega la paradoja más rica: la libertad auténtica solo puede florecer dentro de marcos claros.
Respeto a la autoridad legítima. No cualquier autoridad, sino aquella derivada de la coherencia, de un actuar sabio y virtuoso. La autoridad auténtica se gana por la virtud, no por la imposición.
Todo lo demás —los modelos, las metodologías de moda, la parafernalia tecnológica que muchas instituciones presumen bajo el enfoque de “dar al cliente lo que pide”— carece de sustento si los básicos se olvidan. La escuela no es un mercado y la educación no se improvisa como un producto de consumo.
Algunos dirán que este planteamiento suena anacrónico. Yo respondo: nunca será anacrónico volver a lo esencial, porque los acuerdos básicos de bienestar y convivencia son el suelo fértil de toda formación humana.
La pregunta que queda abierta es: ¿queremos formar juntos o queremos competir separados?
Educar siempre será más resistencia que velocidad, más tejido artesanal que producción en serie. Y, sobre todo, siempre será un pacto de confianza: un acuerdo entre familias y escuelas que, cuando es honesto y sólido, puede resistir cualquier tempestad.
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Profesor Jorge Aurelio.
Fundador y Director de Asesoría Pedagógica Integral®
Maestro en Dirección de Instituciones Educativas • Maestro en Desarrollo Cognitivo • Orgullosamente Normalista.







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