¿Cómo elegir la escuela para nuestros hijos?
- JorgeAurelioMx

- 13 ago
- 4 Min. de lectura
Sólo hay una elección sensata: la que resiste el marketing y busca la verdad.
—Conversatorio con familias, 2025.
Familias, lo primero que deben entender es que la educación no es un acto de entretenimiento ni un espectáculo. Quien confunde la escuela con un parque temático está sentenciando el futuro intelectual de sus hijos.
La escuela es, ante todo, el lugar donde se transmite el conocimiento. Conocimiento que no nace de ocurrencias individuales, sino de siglos de tradición, ciencia, arte, filosofía y técnica acumulados por la civilización.
En tal sentido, la mejor escuela no es la que entretiene más al niño, ni la que presume tener “metodologías innovadoras”. La mejor escuela es la que exige, la que forma criterio, la que enseña lo que no se aprende en casa ni en la calle, la que sitúa al alumno frente a la realidad sin anestesia ideológica.
La educación es el proceso por el cual un ser humano deja de ser ignorante. Y esto no se logra con sonrisas vacías, sino con conocimiento, disciplina y verdad.
Entonces, ¿qué buscar en una escuela?
Un plan de estudios sólido y jerarquizado. La escuela debe enseñar lo que vale la pena aprender, no lo que está de moda. Filosofía, matemáticas, ciencias, literatura universal, historia real , no la reescrita por ideologías.
Profesores cultos y exigentes. No monitores de emociones, no animadores de aula, sino profesionales con dominio de su materia, capaces de exponerla con rigor y claridad.
Disciplina y orden. La libertad en la escuela no se alcanza con caprichos infantiles, sino con la interiorización de normas que permiten aprender y convivir.
Evaluación seria. Los hijos deben ser evaluados por lo que saben y hacen, no por lo que "intentan" o "sienten".
Respeto por la cultura escrita. La escuela debe formar lectores y escritores competentes; todo lo demás es accesorio.
¿De qué huir?
Pedagogías blandas y emocionales que sustituyen el conocimiento por el juego permanente, la autoexpresión sin fundamento o la “motivación” hueca.
Relativismo absoluto que afirma que “todas las opiniones valen lo mismo”, anulando el peso del conocimiento verdadero.
Ideologización temprana: cualquier centro que priorice adoctrinar en causas políticas o modas socioculturales antes que instruir en saberes universales es un riesgo para la inteligencia de sus hijos.
Tecnologismo acrítico: pantallas y dispositivos sin criterio, como sustituto de la lectura y el estudio, no como herramientas subordinadas al conocimiento.
Si ustedes eligen una escuela porque “es divertida” o “el niño se siente feliz ahí”, comprenderán tarde —y dolorosamente— que la felicidad infantil no es criterio de formación intelectual.
La educación no se mide en sonrisas instantáneas, sino en la solidez del pensamiento que el alumno tendrá a los veinte años.
Cuando eligen una escuela con programas blandos, centrados en actividades triviales, con objetivos difusos y sin un orden riguroso de contenidos, están formando hijos que confundirán la cultura con el entretenimiento, y que, al llegar a la universidad, serán analfabetos funcionales con un ego perfectamente inflado.
Por ejemplo, una escuela que sustituye la enseñanza de la historia universal por talleres de “historias locales” descontextualizadas y coloreadas de ideología, el niño saldrá con una visión fragmentaria del mundo, incapaz de entender procesos históricos complejos, y vulnerable a cualquier discurso manipulador que se presente como “justicia” o “verdad”, y la consecuencia directa, será un adulto que opina con vehemencia sobre todo, pero que desconoce el fundamento real de lo que defiende. Un ciudadano fácil de dirigir, moldear y utilizar.
Del mismo modo, si ustedes caen en el engaño del tecnologismo acrítico, creerán que por poner una tableta en las manos del niño desde los seis años están “preparándolo para el futuro”. Falso. Lo están preparando para la distracción permanente, para la incapacidad de sostener la atención más allá de unos segundos, y para depender de un aparato para pensar. El resultado, un joven que no sabrá leer un texto de tres páginas sin consultar un resumen en vídeo.
Por el contrario, una escuela con jerarquía de contenidos, que desde la primaria enseña a leer a los clásicos, a comprender una fórmula matemática, a escribir correctamente y a argumentar con base en datos, estará formando un alumno capaz de resistir el ruido mediático y las simplificaciones ideológicas.
No busquen “modernidad” si significa renunciar a la dificultad intelectual. Un colegio que introduce la filosofía en secundaria y el latín en bachillerato, aunque les parezca anacrónico, estará dando a sus hijos una ventaja de comprensión, lógica y estructura mental que ninguna plataforma digital puede ofrecer.
Huyan del colegio donde los profesores se presentan como “facilitadores” y no como maestros, pues el facilitador abdica de su responsabilidad de instruir; el maestro asume la autoridad de enseñar lo que el alumno no sabe y quizá no quiere aprender, pero necesita aprender.
¿Qué sí apreciar?
Aprecien un colegio donde el maestro corrige los errores ortográficos y no teme señalar una respuesta como incorrecta. Esto, aunque suene duro, es un acto de respeto intelectual hacia su hijo, al que se le está diciendo que hay un conocimiento que debe alcanzar.
Aprecien el colegio que hace memorizar poemas, fechas históricas y fórmulas matemáticas.
La memoria no es opuesta al pensamiento, es su fundamento. Sin memoria, no hay nada que pensar.
La elección de una escuela no es un trámite logístico ni un asunto de comodidad. Es una decisión estratégica para el destino intelectual y moral de un ser humano.
Si se equivocan aquí, no crean que un curso en línea o un “máster” universitario remediará doce años de superficialidad escolar. Y vale tener presente que un niño educado en la verdad sabrá enfrentarse al error. Un niño educado en la comodidad será devorado por él.
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Profesor Jorge Aurelio.
Fundador y Director de Asesoría Pedagógica Integral®
Maestro en Dirección de Instituciones Educativas • Maestro en Desarrollo Cognitivo • Orgullosamente Normalista.







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