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Formar no es replicar: el verdadero reto de los talleres docentes.

  • Foto del escritor: JorgeAurelioMx
    JorgeAurelioMx
  • 21 jul
  • 3 Min. de lectura

Formar docentes exige más que buenas intenciones o buenas presentaciones.

—Formación de formadores, 2016, ApiMx.



Lo que ocurrió recientemente en las escuelas de educación básica en México amerita una pausa.


Entre voces que se alzan, críticas que se acumulan y experiencias que se repiten, hay un tema que merece ser problematizado: la calidad —o más bien, la falta de calidad— en los procesos de formación docente dentro de los Consejos Técnicos Escolares (CTE). Y en esta ocasión, quiero centrarme en los llamados talleres intensivos de formación docente que, como parte de la estrategia nacional para afianzar la Nueva Escuela Mexicana (NEM), se han incorporado de manera obligatoria en el calendario escolar.


Ahora bien, lo que rara vez se discute en este contexto no es el contenido oficial de los talleres —que puede ser válido o no, relevante o no—, sino quién está a cargo de conducir estos espacios. Porque si bien, el contenido de un taller es importante, gran parte de su calidad depende de la competencia metodológica de quien lo facilita.


Aunque parezca increíble, no basta con tener experiencia docente o directiva, ni con dominar los documentos normativos. Facilitar aprendizajes en estos espacios requiere otro tipo de saber: un saber didáctico situado, que no se improvisa.


Diseñar experiencias, leer los ritmos del colectivo docente, dinamizar la participación, dosificar el contenido, generar sentido —y no solo transmitir información— … eso es formar. Y eso, lamentablemente, no siempre ocurre en estos encuentros. Muy al contrario, en muchos casos, se limita a replicar materiales, seguir presentaciones, leer en voz alta guías o proyectar videos. Eso no es formar, es apenas informar. Y la diferencia es sustancial. Mientras informar puede ocurrir sin transformación, formar exige una intervención ética, contextual y crítica. Implica comprender que detrás de cada colectivo docente hay trayectorias, saberes previos, motivaciones, resistencias, necesidades diversas, y que nada de esto puede abordarse si quien lidera el proceso no cuenta con las herramientas necesarias para trabajar con personas adultas.


La pedagogía —como ciencia compleja y multidisciplinaria— no se reduce a recetas ni a buenas intenciones. Está nutrida por campos como la filosofía, la psicología o la neurociencia. Y uno de sus ramales más olvidados, pero más urgentes en estos procesos, es la andragogía: la disciplina que estudia cómo aprenden las personas adultas. Es decir, los propios docentes.


Los principios de la formación de adultos son claros: el adulto necesita saber por qué aprende; requiere que su experiencia sea reconocida; aprende mejor cuando encuentra utilidad inmediata y cuando el aprendizaje parte de sus propios contextos y problemas reales. Todo esto puede estar sugerido en las guías oficiales, pero si quien lidera el taller no tiene la sensibilidad metodológica necesaria, esos principios se pierden. Y con ellos, el interés y el sentido de participar.


Siendo así, no es raro ver cómo temas riquísimos, con enorme potencial transformador, se vuelven intrascendentes —o incluso incómodos— por una conducción pobre, improvisada o desconectada del grupo. Lo que debería ser una oportunidad para recrear el pensamiento educativo se convierte en un trámite tedioso. Y lo que podría entusiasmar, termina quemado.


Abrir otro espacio de crítica —en este caso hacia quienes lideran los ejercicios de formación in situ— no es estéril. Significa nombrar con precisión uno de los nudos estructurales del problema: la falta de preparación metodológica de quienes conducen estos procesos. No basta con reproducir el discurso oficial ni con mostrar voluntad. Se requiere el oficio de formar: una mezcla de saber técnico, sensibilidad humana y compromiso ético.


Porque formar a docentes no es cualquier cosa. Es impactar en la práctica y en la ética de quienes, a su vez, impactan en cientos de estudiantes. Y eso exige tomarse en serio el rol del formador.


Si realmente creemos que la formación docente es clave para transformar la educación, entonces hay que empezar por cuidar a quienes la conducen. Hacerlo bien ya no es opcional. Es, hoy más que nunca, un imperativo.


___________


Profesor Jorge Aurelio.

Fundador y Director de Asesoría Pedagógica Integral®

Maestro en Dirección de Instituciones Educativas • Maestro en Desarrollo Cognitivo • Orgullosamente Normalista.



 
 
 

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